¡Buenas tardes! Ayer recibí un libro precioso de cuentos de los Hermanos Grimm, y cada día añadiré a este blog una opinión personal acerca de dos cuentos que haya leído de ese libro.
Hoy hablaré sobre:
El rey sapo o Heinrich el de los hierros.
Es el cuento clásico de la princesa y la rana. Ya sabéis, el de la princesa que pierde una pelota (en este cuento, una canica de oro) en el fondo de un estanque y viene una rana que quiere estar con ella, y ella al darle un beso, él se convierte en príncipe. Así sí os suena, ¿verdad?
¡Pues este cuento no es así para nada! A ver, primero, la joven princesa tiene un juego favorito que consiste en atrapar al vuelo una canica dorada (¡Vaya diversión!) y ésta se le cae al fondo de un pozo. ¡Y se pone a llorar! Chiquilla, eres una princesa, ¿no tienes dinero para procurarte otra, o es especial esa canica simplemente por estar hecha de oro? Aunque a lo mejor era un regalo de su madre, pero eso no lo pone en el cuento. Por cierto, de la reina, ni se habla.
Entonces viene la rana, que se pone a hablar con ella así porque sí (claro, las ranas desde siempre han hablado), y hace un trato con ella: si le devuelve la canica dichosa, tendrá que dejarle entrar en el castillo, comer de su plato, dormir en su cama... etc etc. La princesa se lo piensa y llega a la conclusión de que aquello sería imposible puesto que las ranas vivían en el agua (¡Por fin algo coherente!), pero aun así accede y luego, con la cania, ¡corre como alma que lleva el Diablo!.
Más tarde, en el castillo se presenta la rana (perdón, en el cuento, es un sapo. Pero tampoco hay mucha diferencia) y el rey le obliga a la hija a cumplir su promesa, así que le deja comer del plato del que estaba comiendo ella. Más tarde, la rana le dice que está cansado y que quiere irse a dormir, así que ella va a su habitación. Al principio intenta cerrarle la puerta, pero la rana no deja de insistir. Luego, quiere dejarle en el suelo, pero ni con ésas. Y, claro, la princesa se harta, coge a la rana y la estampa contra la pared (¡PAM!). Y, claro, ¿qué pasa después? ¿La rana muere? ¡Pues no, porque eso sería lo lógico! La rana se convierte en.... ¡Tachán! Un príncipe. Y la princesa cae coladita por él, y entonces le cuenta que una malvada bruja le maldijo (siempre son brujas).
Aquí tengo que decir algo, porque no me aguanto. A ver, siendo ya rana, y pudiendo como podía hablar, ¿por qué no se lo dices desde un principio? ¿Qué más da, si de todas maneras se iba a enamorar de ti nada más verte? Pues no, la rana decide comer por la cara y dormir con una chica guapa.
Lo de Heinrich el de los hierros, viene a ser que, cuando el príncipe se lleva a la princesa a su reino, aparece un carruaje en el que va Heinrich, un criado del príncipe. Este criado, al enterarse de la maldición del príncipe, se pone muy triste y va al herrero y le pide que le haga unas cadenas de hierro en el pecho para evitar que el corazón le estalle, porque el hierro es más fuerte que el dolor. Y cuando ve al príncipe, se llena de alegría y el amor es más fuerte que el hierro, así que las cadenas empiezan a desprenderse y a caer.
Sin duda, del cuento esta es mi historia favorita. Tampoco tiene mucho sentido de que el tipo siga viviendo después de tener unas cadenas de hierro en el pecho, y que se desprendan solas después, pero al menos el trasfondo es bonito. Veo más amor por parte del criado que entre los príncipes, la verdad.
Pero bueno, ha sido una historia entretenida.
El gato y la ratita montan su hogar.
Esta historia no la conocía, y me quedé a cuadros cuando la leí. Al parecer, un gato y una ratita (¿os habéis fijado en el diminutivo para dulcificarlo? Porque rata ya suena muy feo) se llevan muy muy muy bien y se quieren mucho (como amigos), y deciden irse a vivir juntos a una casita. El gato convence a la ratita de que compren un tarro con manteca para cuando, en invierno, pasen hambre y no tengan que buscar comida con el frío que hacía. Para guardarlo, lo esconden en la iglesia (Vamos a ver, o sea que tienen una iglesia y una casa, pero no tienen una maldita tienda que vendan comida). Pero al cabo de un tiempo, el gato tiene hambre y le miente a la ratita diciéndole que tiene que hacer de padrino en un bautizo, así que se larga y va a la iglesia a comerse la parte de arriba del tarro de manteca. Al volver, la ratita le pregunta el nombre del pequeño gatito, y este responde "Lo de encima se acabó". Y la ratita se extraña, pero no dice nada. ¡Pero bueno! ¿A quién se le ocurre pensar que puede haber alguien que llame a un gato "Lo de encima se acabó"? En serio, la ratita era un poco "cortita". O eso, o también el gato buscaba provocarla, porque ya que mientes, mientes por entero y no digas ese tipo de frases.
El caso es que vuelve a mentirle a la ratita (encima la misma mentira) y se zampa la mitad del tarro. A la ratita le dice que el nuevo gatito se llama "Ya solo queda la mitad". Y vuelve una tercera, y se termina el tarro, así que al volver le dice a la ratita que el nuevo cachorro se llama "Ya no queda nada".
Entonces llega el invierno, y la ratita y el gato pasan hambre, así que deciden ir a buscar el tarro de manteca que dejaron en la iglesia. Pero lo encuentran vacío, y la ratita (¡Por fin!) lo pilla.
¿Y qué hace el gato? ¿Pide perdón a su amiga? ¡Nooooo! ¡Se la come! Así de simple. Y, encima, el cuento tiene la chulería de decir al final: ¿Y qué esperábais? La vida es así.
Después decía que se trataba de una fábula normal y corriente. ¿Cómo que una fábula? ¿Qué se supone que significa? ¿Que no compartas piso? ¿Que no le des nunca manteca al gato? Sigo sin entenderlo.
Pero bueno, al menos, lo de que el gato se come a la rata ya lo veía venir.
¡Más el próximo día!
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